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Abrazando el futuro de la inteligencia artificial

La ola de la inteligencia artificial ya ha llegado. ¡Agarra tu tabla y prepárate!

En 1967, comencé mi primer trabajo relacionado con los ordenadores en una empresa que llevaba el nombre visionario de International Data Highways (IDH), fundada por mi notable mentor, Charlie Ross. A pesar de estar en las primeras etapas de la computación, Charlie ya estaba empujando los límites de lo que la informática podía lograr, imaginando un mundo en el que la información financiera y empresarial estuviera disponible al instante a través de terminales. Su visión era asombrosa, dadas las limitaciones de la época. Charlie era un verdadero pionero, motivado por posibilidades que otros no podían ver, pero que para él eran evidentes. Cultivó un entorno donde la curiosidad se valoraba y la audacia era recompensada, lo que era un concepto revolucionario en la Gran Bretaña de 1967, donde predominaba la conformidad y las jerarquías corporativas rígidas.

Esta experiencia inicial me preparó para el viaje transformador que la industria de la computación emprendería en las siguientes cinco décadas. Sin saberlo, me había unido a la industria más transformadora que el mundo había conocido. Mi primer ordenador fue el Sperry Univac 418, una máquina enorme y compleja con una estructura de palabra de 24 bits y un mecanismo de direccionamiento de 12 bits, utilizando un dispositivo de almacenamiento conocido como tambor FastRand, que pesaba dos toneladas y media y podía almacenar impresionantes 100 megabytes de datos. En esos días, IBM dominaba la industria a través del procesamiento por lotes, mientras que Sperry y otros estaban en la vanguardia de la computación en tiempo real.

En los años 70, IBM controlaba casi el 80% del mercado global de computación, pero para la década de 1990, la compañía se encontraba al borde del colapso ante la aparición de competidores ágiles e innovadores como Digital Equipment Corporation y Data General. Esta experiencia me enseñó que la dinámica de la industria está marcada por la volatilidad, donde el gigante de hoy puede ser el infortunado de mañana. Gran parte de esta inestabilidad proviene de la Ley de Moore, que predecía que la velocidad y capacidad de los transistores se duplicarían cada 18 a 24 meses, lo que redefiniría los límites de lo posible en computación e innovación.

En los últimos cinco años, hemos visto innovaciones como los mainframes, PCs, internet y dispositivos móviles, que pueden considerarse aperitivos en comparación con el platillo principal que es la inteligencia artificial. La diferencia no radica solo en la potencia, sino en la liberación de posibilidades. Durante gran parte de mi carrera, el progreso estuvo restringido por la escasez de poder computacional, almacenamiento limitado y lentitud en los procesos. Sin embargo, la computación en la nube y la arquitectura distribuida han eliminado tales límites, permitiéndonos operar en un mundo de acceso universal, donde el almacenamiento es casi infinito y la potencia de computación está disponible bajo demanda.

La inteligencia artificial también supone una democratización del conocimiento. Durante siglos, la información ha estado resguardada tras barreras económicas, pero la IA abre la puerta para que cualquiera con una conexión y curiosidad acceda a ella. Las jerarquías profesionales se aplanarán y se presentarán nuevos niveles de transparencia y responsabilidad, gracias a los análisis en tiempo real. Las decisiones estratégicas, que antes se tomaban en círculos cerrados, ahora estarán fundamentadas en datos y serán susceptibles de cuestionamiento.

El sector educativo podría ser el que más se transforme por la inteligencia artificial. Durante demasiado tiempo, los estudiantes han sido sometidos a aulas estandarizadas, pero la IA permitirá un aprendizaje personalizado, adaptándose continuamente a las fortalezas y debilidades de cada estudiante. De este modo, los padres ya no tendrán que preocuparse por mudarse a distritos escolares costosos para acceder a una educación de calidad.

AI no solo transformará la forma en que las empresas operan, sino también cómo las personas viven y aprenden. Al automatizar tareas repetitivas, la inteligencia artificial liberará la creatividad humana, permitiendo que las ideas y la innovación florezcan en una comunidad más amplia. Esto significa que no solo los laboratorios de I+D de élite o las universidades tendrán la primacía en la innovación, sino que mentes creativas de todo el mundo tendrán nuevas oportunidades.

Al reflexionar sobre mi trayectoria de 57 años en la industria de la computación, recuerdo cuán transformadores han sido los cambios, aunque los principios de visión, valentía, curiosidad y resiliencia siguen siendo fundamentales para cualquier innovador. Las herramientas pueden cambiar y la velocidad puede aumentar, pero las oportunidades para el impacto y la transformación nunca han sido mayores.