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El telescopio Webb descubre algo extremadamente raro en torno a una estrella moribunda.

¿Es posible que una estrella dé origen a planetas más de una vez a lo largo de su vida?

Investigaciones recientes realizadas con el Telescopio Espacial James Webb han proporcionado nuevos conocimientos sobre el proceso de muerte de las estrellas, centrándose en la famosa Nebulosa del Anillo, una estructura que se asemeja a un donut y está ubicada a unos 2,500 años luz en la constelación de Lyra. Este emblemático objeto cósmico ha revelado secretos gracias a la observación con la tecnología avanzada del telescopio, que es un esfuerzo conjunto de NASA y agencias espaciales de Europa y Canadá.

Utilizando el instrumento MIRI, que permite la detección en el infrarrojo, los científicos pudieron analizar el núcleo caliente y pequeño de la nebulosa, un enano blanco que constituye el remanente de una estrella que se encuentra en su fase final. A medida que los investigadores profundizaron en la imagen, encontraron un disco de polvo rodeando la estrella moribunda, similar al que se observa alrededor de astros jóvenes durante su fase de formación planetaria. Este hallazgo es notable, ya que es la segunda vez que se registra un disco de este tipo en torno a una estrella en el ocaso de su vida. Aunque no se han visto planetas en formación en las imágenes de la nebulosa, los científicos podrían estar abriendo la puerta a la posibilidad de que estos entornos espaciales generen una segunda generación de planetas, mucho tiempo después de que se formara el primer conjunto de mundos.

El descubrimiento de esta investigación, publicado en una revista científica de astrofísica, plantea preguntas sobre la naturaleza, el proceso de formación y la duración de estos discos, además de sugerir una posible segunda fase de formación planetaria. A diferencia de las estrellas masivas que explotan en una supernova y colapsan en un agujero negro, las estrellas de tamaño medio, como el Sol, tienen un final más gradual, convirtiéndose en nebulosas planetarias, lo que puede ser un término confuso ya que se relaciona más con el envejecimiento estelar que con la creación de planetas.

Hasta ahora, se han identificado varios miles de nebulosas planetarias en la Vía Láctea, incluyendo la Nebulosa del Anillo, también conocida como NGC 6720 y Messier 57. Gracias al telescopio Webb, fue posible observar una compacta nube de polvo que rodea al enano blanco responsable de la nebulosa. Los autores del estudio explican que estos discos de gas y polvo son componentes clave en el proceso de formación estelar, y que su presencia en el final de la vida de las estrellas es un fenómeno notable.

En una observación previa con el Telescopio Webb, los astrónomos ya habían descubierto un fenómeno similar en la Nebulosa del Anillo del Sur. En esa ocasión, se sorprendieron al vislumbrar la verdadera fuente de la nebulosa, la cual previamente no habían podido discernir claramente. La nube de polvo de la Nebulosa del Anillo está compuesta por diminutas partículas de silicatos amorfos, con un tamaño que podría ser menor que una milésima parte del grosor de un cabello humano.

Además, se ha observado que la luminosidad del enano blanco oscila, lo que sugiere la posible presencia de otra estrella cercana, quizás una enana roja. Aunque no se ha detectado directamente a este compañero, se pueden inferir su existencia a partir de patrones en la nebulosa. Esta investigación podría contribuir a confirmar hallazgos anteriores que indicaban que la estrella podría tener dos acompañantes, uno de los cuales podría estar lejos en los límites del sistema y otro más próximo, lo que ayudaría a entender las extrañas formas que se observan alrededor de la nebulosa.